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Wednesday, February 12, 2014
“Ursúa” by William Ospina
“Ursúa” abre las puertas del pasado sobre el mundo fantástico de colores y humanidad vencida que fue Sur America para los que llegaron de Europa y para quienes los recibieron.
Si el protagonista principal es el guerrero homónomo de pocos años y sangre de Aquitania, los indígenas de las tierras firme y caliente, o del istmu de Panama o de Mexico nunca ceden su lugar en el primer plano del Colombiano William Ospina.
De Ursúa el jamás identificado narrador nos cuenta: “Esas eran las aventuras con que soñaba: apartar los ramajes para descubrir un océano, ser el primero a las puertas de una ciudad incomprensible, destrenzar las serpientes enormes para llegar al tesoro escondido, ver los dragones o los gigantes de un mundo nuevo, someter pueblos feróces o dominar a los reyes del río del trueno.”
Viene con éstas inspiraciónes pero con el cargo oficial de imponer nuevas leyes del Imperio de Carlos V para proteger a los muy malparados indios.
El autor recupera, para los que no lo conocían, los jefes, los guerreros, princessas y peónes que sufrían la crueldad de unos hombres desalmados y ciegos por el oro. Cuenta las torturas y maltratos absorbidos por los indígenas.
Basta un ejémplo para dar idea del nivel de hostigamiento que sufrieron milliones de séres humanos reducidos a la esclavitud y la muerte: Cuando un capitán español es alcanzado por una flecha, el médico ordena que le trajen un indio y a éste se le abre el pecho con cuchillo, mientras esta consciente, para adivinar como remendar el conquistador herido, y luego dejarle morir desangrando.
Para Oramín, el assistente indigena de Ursúa: “Los poderosos enemigos habían llegado y ahora triunfaban; crueles dioses estaban con ellos; un bello mundo estaba declinando; una maldición indescifrable se cumplía contra estos reinos que gozaron por miles de soles y de lunas una felicidad irrepetible. No encontraba lugar para la esperanza. Podía ver que los invasores no estaban de paso, que habían venido para quedarse, y que en su mundo lejano quedaban todavía incontables guerreros esperando su turno para venir al incendio y a la rapiña, de modo que ya nadie podía, como Tusquesusa, y como los primeros testigos en las islas, alimentar la ilusión de que un dia se fueran.”
Poco tiene que prestar Ursúa al esfuerzo del la corte imperial para proteger los indios. “Ya empezaba a sentir en su propia conciencia la contradicción entre ser encargado de la justicia y ser un aspirante a las riquezas y los repartos de las Indias,” explica el narrador.
El nuevo mundo es un lugar de poca ley o justicia y Ursúa encuentra tierras donde los Españoles, en cuanto no andan desatando masácres sobre los muiscos o zapes, matan entre sí con mucho brío. Reinan aparte distintos conquistadores que, hasta entonces, mandaban un cuarto de las riquezas robadas de los tribus naturales al corte imperial para luego administrar las nuevas tierras a sus antojo.
Cuando el tío de Ursúa, Armendariz, manda un tal Robledo a relevar el conquistador Belalcázar de su cargo, éste lo toma como prisionero, lo despoja de sus bienes, y lo mata. Apelando al hombre fuerte del imperio en las Indias – La Gasca – Armendariz se entera de que no habra justicia para Robledo por que el emperador necesite el apoyo del cacíque renegado.
Pero Ursúa no viajo al nuevo mundo a matar ibericos y luego gana su renombre destripando a los nativos de la tierra invadida.
“Por eso amaba tanto la guerra,” escribe Ospina, “porque sentía que en sus vórtices era posible ser brutal sin dejar de ser un caballero, y tal vez por eso lo tentaban más las guerras contra infieles, contra indios y esclavos, por que su dios lo autorizaba a toda crueldad mientras no estuviera atentando contra sus semejantes.”
Aprendemos que, contra Ursúa, el jefe Tayrona reunió pueblos que se unían “por el odio y miedo” y que, “Vinieron a su ejército los canoeros de Jate Teluaa, en las puertas del gran mar azul, la madre del oro, y hombres embijados, con lanzas talladas en fémures, que avanzaron desde Java Nakúmake, madre de los lechos de sal; y vinieron remeros de Lúdula, en el espejo inmóvil, la madre de los peces de muchos colores y formas, y de la desmbocadura del río Tucirina, en Java Katakaiwman, madre de todo lo que existe en el mundo; tropas empenachadas de plumas de Kwarewmun, la madre del barro, y guardianes del Ñui de Aracataca, que detienen co rezos a las fuerzas malignas, y mantienen con ofrendas el equilibrio.”
Y así por todo el libro, el autor diestramente compaginando una lectura histórica con una prosa que embellece y hace más entrañable su recuperación detallada de pueblos desaparecidos.
Impresiona el esfuerzo, y la variedad de tacticas, hecho por los indígenas, tanto como la manera en que los españoles dominaron tanta tierra poblada con tan escasas tropas. Es una história de armas superiores.
Cuenta el narrador las dificultades que tienen los invasores en una contienda contra un guerrero con espada español hasta que viene alguién que le dispare desde atrás con su arcabuz, rompiendole la espalda y ¡Viva España!
“Al final no triunfamos los humanos, al final sólo triunfa el relato, que nos recoge a todos y a todos nos levanta en su vuelo, para después brindarnos un pasto tan amargo, que recibimos como una limosna última la declinación y la muerte.”
Así concluye Ospina ésta divertida novela, con ese estilo entre lo fantástico y lo hiper-real, con esa voz mística que aplícan con tanta sensatez los escritores de su tierra.
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